Hay un juego infantil. Hacer a diferentes personas preguntas rápidas, sin dar tiempo para pensar, y comparar las respuestas. “Dime una parte de la cara” – “La nariz”, “¿Una fruta?” – “Manzana”, “¿Un poeta?” – “Pushkin”. Por lo menos todos los rusos contestan así. Y si preguntas: “¿Una obra de Pushkin?” – “Evgueni Oneguin”, casi seguro.
“Eugenio (lo españolizo) Oneguin” es una novela en verso que se estudia en el colegio, y luego ya ahí está porque te acuerdas (o te la recuerdan) de fragmentos, frases o situaciones enteras, o vas a escuchar la ópera “Evgueni Oneguin” de Chaikovski y al volver a casa coges otra vez el libro…
Una historia de amor muy redonda: ella se enamoró y se declaró pero él la rechazó; años más tarde se enamora él de ella, ya casada, y ahora ella lo rechaza a pesar de seguir queriéndolo. Esta trama simple está llena de observaciones agudas, de abundantes detalles. Un crítico contemporáneo llamó a la novela “enciclopedia de la vida rusa”, y esa frase se convirtió en un lugar común.
Para el resto del mundo son otras obras rusas las “enciclopedias de la vida rusa”. “Eugenio Oneguin” apenas es conocido y parece que no llama la atención.
Sin embargo sigue apareciendo gente atrevida que se empeña en traducir a “Oneguin”. Por ejemplo Manuel Chica Benayas que presentó su traducción el 10 de junio en el Centro Ruso de Madrid. La traducción está lista y va a ser publicada en los próximos meses en la editorial “Meettok”. Dos actores leyeron algunos fragmentos del manuscrito. Manuel dio una conferencia titulada “Oneguin, un mito universal”, era muy curioso. Chocó la comparación de Oneguin con un vampiro (¡pobre Eugenio!).
Jugando con el tópico de la “enciclopedia de la vida rusa” llamó a la novela “enciclopedia mundial” porque en ella Pushkin da “un magnífico fresco de lo que es y lo que ha sido el mundo de su tiempo”. La aristocracia rusa a principios del siglo XIX, y Pushkin con su brillante educación y sensibilidad artística todavía mucho más, era gente bastante “universal”. A lo mejor precisamente eso es lo que faltaba: ver esta novela desde el punto de vista “universal”.
Manuel cree que “Rusia está muy separada de España y España, de Rusia, y hay una especie del telón de acero todavía”. Y esa novela “es esencial” para acercarnos.
Hice varias preguntas a Manuel.
- ¿Hay muchas traducciones de “Eugenio Oneguin” al español?
- Conozco unas cinco. La de Irene Chernova [Tchernova], publicada en los años 40, me gusta mucho aunque es traducción en prosa. Es muy poética, muy bonita. He leído todas y esta me gusta mucho a pesar de no conservar la forma. Luego hay otra traducción de 1983 que hizo Jose Mª Bravo que fue piloto en la guerra civil y luego vivió en Rusia. En 2000 Mijaíl Chílikov lo tradujo para Cátedra [edición bilingüe]. Es en verso. No rima, es digamos traducción rítmica. Lo que pasa es que para conseguir este ritmo muchas veces hay que cambiar el fondo del original.
- Y tú ¿cómo lo planteaste?
- Yo intenté coger un poco del ritmo y conservar el lenguaje poético. El lenguaje poético no es fácil de conseguir, porque puedes traducirlo y te sale prosa, no poesía. Quería conseguir un halo poético que recordara el original. He guardado las estrofas y el aspecto original.
- Hablas bien ruso…
- Estudié en Moscú. No tanto tiempo como me hubiera gustado porque yo solo iba a cursos. “Eugenio Oneguin” lo leí de jovencito, esa traducción de Chernova. A partir de allí empecé a leer, a estudiar ruso…
- ¿Hay cosas interesantes sobre “Oneguin” en español?
- No, hay poquitas. Lo que viene en los prólogos… Algún manual, eso sí. Pero profundo… Habría que traducir por ejemplo los comentarios de Lotman [historiador de literatura ruso] pero, claro, ¿quién lo va a comprar aquí?
Simplemente por curiosidad pongo aquí tres diferentes traducciones de “Eugenio Oneguin”, capítulo 1, estrofa X, donde se habla del joven Oneguin, experto en ars amatoria.
Irene Chernova (traducción en prosa):
Muy pronto supo fingir, ocultar la esperanza y los celos, desengañar, persuadir, mostrarse sombrío, decaído, orgulloso u obediente, atento o indiferente. ¡Con qué languidez callaba! ¡Qué fogosa elocuencia! En las cartas de amor, ¡qué deliciosas negligencias! Sabía olvidarse de sí mismo, deseando sólo una cosa, viviendo únicamente para ella. ¡Qué rápida y dulce era su mirada, qué tímida e impertinente! A veces, sus ojos se enturbiaban con lágrimas sumisas.
Mijaíl Chílikov:
¡Qué pronto aprendió a fingir,
Disimular sus sentimientos,
Hacer creer y disuadir,
Mostrarse triste o celoso,
Pasar por dócil o altivo,
Por muy galante o distraído!
¡Qué languidez cuando callaba!
¡Con qué elocuencia se expresaba!
¡Qué abandono respiraban
Sus largas cartas amorosas!
¡Oh, cuánto se obsesionaba
Por alcanzar el objetivo!
¡Qué bien pintaba su mirada
Ya el pudor, ya la insolencia,
Ya la pasión, ya la obediencia…!
Manuel Chica Benayas:
¡Qué pronto supo fingir,
esconder la esperanza, tener celos,
desengañar, hacer creer,
parecer sombrío, desfallecer,
mostrarse orgulloso y obediente,
indiferente o atento!
¡Qué lánguidamente callado!
¡Con qué ardor elocuente!
¡Qué despectivo en las cartas de amor!
Unas veces suspirando, otras amando,
¡cómo sabía olvidarse de sí mismo!
¡Qué leve y tierna, qué tímida e insolente
era su mirada, que, en ocasiones,
brillaba con una obediente lágrima!
Aglaya